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Dejar México para trabajar como veterinario o veterinaria: la manera más difícil

Egresados de la UNAM en días de pre-acreditación cuentan historias de tenacidad

Published: July 29, 2022
Photo por Chad Bennett
El Dr. Leonardo Báez cuida a un perro que pertenece a un cliente que recibe servicios en un refugio para personas sin hogar en la Ciudad de Oklahoma, donde el médico brinda atención una vez por semana. "No hay absolutamente ninguna duda en mi mente de que recibes lo que das, y ese ha sido mi lema durante toda mi vida", dice Báez.

Tercero de tres partes 
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Mucho antes de que la Universidad Nacional Autónoma de México lograra la acreditación de su programa de veterinaria en los Estados Unidos, facilitando el camino para que sus graduados trabajen en el extranjero, exalumnos intrépidos de la UNAM emigraron para ejercer su profesión, inspirados por un espíritu de aventura, el deseo de mejorar sus perspectivas económicas y, en al menos un caso, el amor.

El Servicio de Noticias VIN habló con dos graduados de la UNAM que terminaron sus estudios años antes de que el programa fuera acreditado por el Consejo de Educación de la Asociación Americana de Medicina Veterinaria en 2011. Estas son sus historias.

'Dios puso unos ángeles en mi vida'

El viaje del Dr. Leonardo Báez hacia una carrera en los Estados Unidos comenzó en una discoteca en su pueblo natal de Cuernavaca, una ciudad en el centro de México conocida como "la ciudad de la eterna primavera" por su clima templado y jardines frondosos. Una noche de verano, cuando Báez era estudiante de veterinaria, conoció a una joven de cabello rubio y rizado, que tenía puesto un vestido negro a rayas. Era una estadounidense llamada Margaretta, que estaba de vacaciones con sus padres.

Margaretta presentó su nuevo amigo a sus padres. Los encontró "muy geniales" y se hizo amigo cercano de toda la familia. El verano siguiente, lo invitaron a visitar su casa en la Ciudad de Oklahoma en el estado de Oklahoma.

Mientras estaba allí, Báez pidió ver algunas clínicas veterinarias. Primero, visitaron en la cuidad al veterinario de la familia. Aparentemente, el médico quedó encantado con el estudiante hablador y entusiasta y le ofreció: "Cuando termines la escuela, ven y podemos conseguirte trabajo aquí".

La familia también visitó Alva, un pueblo ganadero donde vivía la abuela de Margaretta, y visitó más clínicas. A Báez le atrajo particularmente la práctica de animales mixtos porque le gustaban los animales grandes. Ese dueño, también, animó al joven a regresar cuando terminara sus estudios.

Graduado en 1978 a la edad de 21 años, Báez regresó a toda prisa a Alva con una visa de turista. El consultorio lo contrató de inmediato como asistente de veterinario. Sin autorización para trabajar en el país, a Báez se le pagaba el salario mínimo en efectivo, unos 100 dólares a la semana. "Estaba haciendo todo por el señor, a la verdad, todo. Procesamos cientos y cientos de cabezas de ganado por las mañanas y por las tardes, trabajábamos con animales pequeños. Fue muy, muy divertido para mí porque yo era joven y despistado", dijo alegremente.

Queriendo trabajar legalmente, Báez se acercó a la Junta de Examinadores Veterinarios de Oklahoma en busca de orientación. "No sabían qué diablos hacer conmigo", recordó. "Nunca hubo en Oklahoma un veterinario extranjero que solicitara trabajo como veterinario con licencia".

Dijo que finalmente la junta simplemente le pidió su expediente académico y una copia de su licencia mexicana, y le dijo que tomara el examen de licencia nacional. (Hoy en día, los graduados de escuelas que no están acreditadas por los Estados Unidos deben aprobar una lista de exámenes para calificar para el examen de licencia nacional. La AVMA estableció en 1973 una evaluación de equivalencia educativa de la Comisión Educativa para Graduados Veterinarios del Extranjero, pero Báez dijo que el estado no requería primero que se certificara bajo ese programa).

En breve

Báez tomó el examen nacional de licencia tan pronto como pudo, sin estudiar. "No esperaba pasar. ... No tenía idea de qué se trataría el examen, así que la tomé [para averiguarlo]", explicó.

Lo que descubrió fue una sorpresa. "Las cosas, la medicina interna, la farmacología, todas esas cosas eran 100% diferentes. Apenas tocamos la medicina interna en México. De repente, estoy viendo diabetes, tiroides, cosas así", dijo. "Pensé que la única forma en que puedo hacer esto es volviendo a estudiar".

Báez se puso en contacto con un miembro de la Facultad de Medicina Veterinaria de la Universidad Estatal de Oklahoma, el Dr. Thomas Monin, y una vez más encontró un amigo. Monin era el contacto del recinto para los veterinarios formados en programas extranjeros no acreditados por la AVMA. Hizo arreglos para que Báez se uniera a los estudiantes con más experiencia en el turno de clínica.

"No había nada formal; era gratis", dijo Báez. “Era un ángel. Siempre le digo a la gente: 'Dios puso algunos ángeles en mi vida' ".

Después de un semestre de trabajo y estudio, "mucho trabajo y mucho estudio" tomó el examen de licencia. "¡Lo aprobé!" dijo con júbilo. "Creo que fue 7.2, y aprobar era 7.1. No sobresalí en eso, ¡pero Dios mío!"

El siguiente obstáculo fue el examen de licencia estatal, que incluía un componente oral llevado acabo ante cinco miembros del jurado. Esta vez, no había ángeles.

"Cada persona te hacía preguntas diferentes. Me fue bien con todos menos con este médico en particular ... me preguntaba cosas sobre la rabia y yo respondía, y luego me preguntaba cosas sobre la brucelosis y yo respondía: y luego decía: 'Creo que tu inglés interferirá con tu cuidado del rebaño o la mascota' ".

El panel le negó a Báez una licencia. Incontenible, volvió a trabajar como asistente veterinario, repitiendo el examen estatal de US$300 al año siguiente. De nuevo, Báez no pasó.

Ya para ese entonces se había casado con Margaretta. Su padre era un capitán de policía retirado. Al enterarse de la difícil situación de su yerno, hizo una cita con su congresista. Fue entonces cuando Báez se enteró de que los miembros de la junta estatal eran nombrados por el gobernador.

Sospecha que hubo maniobras políticas porque poco después de que terminara la cita, "recibí una llamada del secretario de la junta: 'Dr. Báez, su licencia está lista'. ... ¡Solo así!" el exclamó. "¡Santo Dios!"

Tercera parte de una serie de tres partes
Primera parte: Reclutadoras promueven trabajos para graduados de la UNAM
Segunda parte: Cómo es ir al norte

A partir de ahí, ahora seis años después de su graduación, la carrera de Báez prosperó. Como su esposa estaba cansada de Alva, regresaron a la Ciudad de Oklahoma, donde consiguió un puesto de veterinario que pagaba US$35,000 al año, con seguro médico y un plan de jubilación: "Fue como, ¡Dios mío, hemos triunfado!"

Compraron su primera casa, un condominio, por US$52,000. Sintiéndose sin miedo, también adquirió una clínica por US$30,000, alquilando el equipo. Estaba a cargo del negocio por seis años antes de que la empresa de alimentos para mascotas Iams lo atrajera y lo contratara para ayudar a abrir mercados en Latinoamérica. A eso le siguió una temporada con la organización que dirigía la Conferencia Veterinaria de Norteamérica en ese entonces, programando reuniones en Latinoamérica y coordinando la publicación del Compendio de Educación Continua en español y portugués.

A lo largo de los años, los Báez tuvieron tres hijas. Su esposa lo instó a viajar menos, por lo que establecieron un consultorio veterinario de emergencia con dos localidades, que él dirigió durante 13 años antes de venderlo.

Báez intentó jubilarse en 2013, pero no quería estar jugando ténis todo el tiempo. Así que la pareja fundó otra clínica, Midtown Vets, en la Ciudad de Oklahoma. Cinco años después, el consolidador veterinario Alianza de Camino Vet, o Pathway Vet Alliance (desde entonces rebautizado como Cuidado de Salud de Animales Thrive, o Thrive Pet Healthcare) ofreció comprar la práctica a un precio que era más de 12 veces la inversión de Báez en el negocio. El aceptó.

Báez sigue muy ocupado en Midtown como director médico.

De México a Canadá vía Nueva Zelanda

Foto de Édgar Ramírez
La Dra. María Segura, junto a sus hijos, Emilio y Mariana, afuera de la biblioteca veterinaria de la UNAM durante una visita al recinto en 2019, recuerda sus días universitarios con cariño y orgullo.

Al criarse en una finca en las afueras de la ciudad de México, rodeada de animales grandes y pequeños, la Dra. María Segura supo desde muy joven que se convertiría en veterinaria, al igual que su padre.

Hubo un corto tiempo durante sus rebeldes años de adolescencia cuando declaró: "No voy a ser veterinaria". Su abuela estuvo de acuerdo. "No seas una veterinaria, cariño", aconsejó. "No ganan mucho dinero aquí en México. Te morirás de hambre. No seas una veterinaria".

Pero ese sentimiento pasó y Segura, al igual que su padre, se matriculó en la facultad de veterinaria de la UNAM. Considera su experiencia universitaria durante la década de 1990 como los mejores días de su vida.

Lo más destacado fue el aprendizaje práctico en el campo. Segura dijo que la UNAM posee fincas por todo el país. "Tienen granjas de cerdos, granjas de ovejas, granjas lecheras, granjas de cabras. Estoy segura de que tienen algo de pescado", relató. "Tienen abejas. Conejos. Y pollos".

En su último año de escuela, estuvo seis meses en una finca cerca del golfo de México, aprendiendo sobre el cuidado del ganado y visitando granjas privadas para brindar servicio comunitario, poniendo su aprendizaje en acción. "Teníamos que evaluar todo el manejo de cada finca, entonces teníamos que hablar con el ganadero, teníamos que evaluar las vacas, evaluar a toda la gente que estaba trabajando [allí]", hablándoles de "cuando estaban desparasitando, cuando estaban haciendo el programa de vacunas. Fue increíble", dijo entusiasmada.

"Siempre tuvimos al menos un profesor con nosotros, pero también había estudiantes haciendo su maestría ... o incluso su doctorado. Éramos 16 estudiantes todo el semestre. Nos convertimos en una familia".

Al graduarse en 2000, Segura comenzó a trabajar con un primo que también es veterinario. El dúo "casi no ganaba dinero... Apenas ganamos lo suficiente para pagar el teléfono celular, mi gasolina, y para ir al cine", dijo, riéndose del recuerdo.

De niña, tenía la ambición de trabajar fuera de México. Como adulta, comenzó a pensar seriamente en cómo hacer eso. Justo antes de graduarse de la UNAM, hizo una pasantía en la facultad de Medicina Veterinaria de la Universidad Estatal de Luisiana (LSU, por sus siglas en inglés), lo que le permitió probar la vida en otro país. Pero no se sentía aceptada por los otros estudiantes, por lo que la experiencia no fue muy buena. Sin embargo, mientras estaba en LSU, se enteró de que era posible que un veterinario ganara US$100,000 al año.

"Regresé a casa, y fue entonces cuando me di cuenta de que realmente necesitaba ganar más dinero y también [tener] una mejor vida. Y eso realmente me iba a dar lo que quería, porque me encanta ser una veterinaria. No creo que pueda hacer otra cosa", dijo.

Segura aprovechó la oportunidad de visitar Nueva Zelanda con un colega que viajaba allí para comprar caballos. "No sabía nada sobre Nueva Zelanda", dijo. "No sabía dónde demonios estaba. Así que lo busqué, fui allí durante tres semanas y me encantó".

Terminó quedándose, consiguiendo un trabajo en un hipódromo montando caballos y entrenando a los potros, por NZ$10 diarios por caballo. Para obtener una licencia veterinaria en el país, tendría que aprobar múltiples exámenes. Comenzó a estudiar.

Todo el proceso tomó dos años y medio y NZ$15,000 en cuotas porque no aprobó todos los exámenes en el primer intento. Pero una vez que obtuvo la licencia, consiguió el trabajo de sus sueños, cuidando caballos, llamas, alpacas, ovejas y alguna que otra vaca. El puesto pagaba NZ$85,000 e incluía un automóvil y un teléfono celular.

Durante 10 años, Segura ejerció en Nueva Zelanda, donde formó una familia con su esposo banquero a quien, bromea, "importó" de México.

Con la llegada de su primer hijo, la pareja quería estar más cerca de sus familiares en México. Segura no estaba interesada en vivir en los Estados Unidos debido a su experiencia en Luisiana, por lo que eligieron Canadá y se mudaron en 2012.

"Y adivina qué", dijo Segura. "Tuve que hacerlo todo de nuevo".

Lo que significa que para obtener la licencia, tuvo que presentarse a múltiples exámenes una vez más. Incluso tuvo que tomar un examen para demostrar su dominio del inglés.

Segura reconoce lo fácil que es actualmente para los exalumnos de la UNAM el obtener una licencia fuera de México. Espera que ellos también lo reconozcan. "Tengo una amiga mexicana, la conocí hace unos meses, y se graduó después de que la universidad fuera acreditada, y lo único que tenía que hacer era aprobar su examen de inglés y su NAVLE [Examen de licencia veterinaria de Norteamérica], y ahora está trabajando aquí [en Canadá]", dijo. "Así que esos estudiantes son muy, muy afortunados. Porque yo hice de tripas, corazones. Dos veces".

Una vez que obtuvo la licencia en Canadá, Segura trabajó de turno en un consultorio de animales pequeños, ayudó a establecer un hospital local de protector de animales, y se desempeñó como veterinaria de hipódromo.

Hoy en día cuida caballos, perros, y gatos como doctora suplente y dirige un consultorio móvil que brinda cuidados paliativos y final de vida. Vive en una finca en las afueras de Ottawa con su esposo, dos hijos, dos perros, y un caballo.


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